Breve receta para crear una experiencia
Soy facilitador hace 25 años. Estudiaba en el colegio San Carlos de Bogotá y un día el cura rector se me acercó y me dijo: “Andrés, tú eres demasiado a todo nivel; artístico, sicológico, emocional. Por qué no te vas a otro colegio a buscar nuevos horizontes pedagógicos”. Yo le dije: “Claro padre, lo haré con gusto”.
Fue así como me echaron. Terminé mi bachillerato en el Colegio minuto de Dios Calendario B. En noveno empecé a ir a grupos de oración y me enganché. Me encantaba pasar al frente y hablar carreta y hacer reír a la gente. Generar esos momentos en los que estás hablando, compartiendo alguna idea inspiradora o exponiendo con sencillez un tema denso y la gente solo te mira en silencio. Ya sus distracciones quedaron atrás.
Ya no hay ningún ruido que los pueda sacar de su atención. Sus ojos brillantes, su alma tocada por las palabras que pronuncias. Desde entonces decidí que lo mío era el escenario. Más que eso, que lo mío era estar al frente para hacer algo poderoso con el tiempo que me daban para interactuar. He recorrido desde entonces todos los tablados posibles: capillas, salones de junta directiva, polideportivos, aulas de clase, teatros de colegios, salones comunales. Y, por supuesto, he tenido todos los públicos posibles: los que se conectan desde el primer momento, los que les suena el celular a pesar de tus advertencias, los que comen mientras hablas y les suena el paquete de papas, los de colegios que sienten que ya eres muy viejo, los de gerentes que piensan que eres muy joven, etc.
Todo contribuye a darte un cierto ojo, una agudeza, una intuición que no brinda ni la academia ni la teoría. Hoy, si pudiera definir lo que hago con una expresión, me gustaría referirme a mí mismo como un creador de experiencias. Recuerdo cuando LATAM, la aerolínea que resultó de la fusión de LAN y TAM nos contactó para que desarrolláramos una actividad para su equipo comercial de 150 personas. Se reunirían en el eje cafetero para celebrar su encuentro anual de líderes. Nuestro reto consistía en crear una experiencia que tuviera sentido, que inspirara y que tocara el corazón de la gente. Tú sabes, los equipos comerciales están aburridos de que les lleven “motivación”.
Por eso, lo que nosotros creáramos tendría que ser novedoso y ayudar a que la gente se integrara y se dispusiera para el futuro. Nos enteramos en ese diálogo previo con el cliente, de que LATAM era quien transportaba a los médicos de Operación Sonrisa, encargados de operar a los niños con labio leporino y paladar hendido de todo el país. Entonces se nos ocurrió algo precioso que decidimos bautizar SUEÑOS SOBRE RUEDAS.
Invitaríamos a 10 niños con labio leporino y a sus acudientes, a viajar a Armenia. Allí disfrutarían todo el día de la piscina (esta era la primera vez que los niños y sus padres viajaban en avión), comerían, jugarían. En horas de la tarde, a todos los comerciales de la empresa los reuniríamos en un salón, los dividiríamos en 10 grupos de 15 personas. Arma-rían su porra y la grabaríamos. A cada grupo le haríamos entrega de una bicicleta desarmada y les diríamos que tendrían solo media hora para armarla. Como es de esperar, el grupo entraría en una dinámica de competencia en donde se pierde la visión completa porque se erosiona la capacidad de ser solidarios con tal de ganarle al otro. En un salón contiguo, los niños escribirían una carta con el encabezado “quiero tener una bicicleta para..”. Una vez terminado el tiempo para el ensamblaje, entregaríamos una de las cartas a cada grupo. Después de que cada equipo discutiera sobre la carta, les pediríamos que cerraran los ojos.
Mientras tanto, los niños entrarían en silencio y se pararían frente a los colaboradores. Después de unos minutos de reflexión le pediríamos a la gente que abriera los ojos y que se encontraran con las miradas de los niños. Cada grupo tomaría a su pequeño y le ayudaría a montar en la bicicleta con la que se devolvería a su hogar. La experiencia fue extraordinaria.
Quedó claro el hilo conductor, le pegó a la realidad de la em-presa, estuvo repleta de música y risa y, como si fuera poco, ayudó para inspirar a cada participante desde el sentido de vida. Todo esto para decirles que para que algo pueda ser considerado una experiencia, debe estar apoyada en estos tres pilares, cada uno de ellos con P.
1. PLACENTERA: La gente la tiene que pasar bueno. Se tiene que emocionar, ojalá que haya olor a café, risas, interacción, imaginación, música. A la gente no le gustan las cosas aburridas. Los públicos están cansados del power point (como conferencista are que el problema no está en el power point en sí mismo, sino que como el orador no es tan bueno, se esconde detrás de un slide glamuroso. Pero la gente no está comprando el diseño de la filmina; te está comprando a ti).
2. PROFUNDA: Si estás formando a la gene en liderazgo, dales el anclaje teórico que necesitan. Si estás entrenando en habilidades de comunicación, no les hables tanto; ponlos a que se miren, a que vean qué pasa con su respiración cuando miran al otro, a que dialoguen desde la empatía. La gente adora que vayas al fondo, que exprimas los momentos.
3. PERTINENTE: Toda organización que te contrata está atravesando un momento particular de su historia. Habla sobre eso. Como decimos en teatro, acúsalo. Bien sea que la organización haya sido comparada por otra y eso genera ansiedad en la gente, o que llevan tres años sin obtener los resultados esperados o que quieren presentar a un nuevo vicepresidente, el facilitador tiene que dar cuenta de que eso está sucediendo.
Si al cierre de una experiencia hecha por ti descuidaste alguno de los pilares anteriores, la gente te dirá:
1. Muy interesante pero me tuve que parar seis veces a tomar café para no dormirme. Faltó placer.
2. Increíble todo pero fue muy light. Faltó profundidad.
3. Fantástico, emocionante, pero para qué nos hablaron de todo eso. Faltó pertinencia. Todos anhelamos buenas experiencias. Lo que no sea una experiencia, no enamorará. Y lo que no enamore, no perdurará.
Andrés Aramburo Boek Socio Fundador Director Facilitación
Tengo destreza en las artes escénicas y conozco en profundidad el mundo corporativo. Puedo diseñar y facilitar procesos educativos de corto o largo aliento, desde experiencias breves para impactar el clima organizacional hasta procesos de años para la transformación cultural. Tengo un alto nivel de impacto como facilitador. He explorado con disciplina el vínculo que tienen las metodologías no tradicionales con la transformación personal y grupal en comunidades educativas y corporativas. Puedo convertir una intención formativa en una experiencia que goce de profundidad, pertinencia y sentido.